martes, 26 de mayo de 2015

Abramos nuestro corazón

Toda pena, aun la mas grande, se alivia, al ser compartida.
Recuerdo que hace algunos años, fue a visitarme, inesperadamente una amiga que, sin ser
intima, era de bastante confianza.
Note al momento que algo grave le estaba pasando; pero mi juventud ,mi natural cortedad de
principiante y, el temor de parecer entrometido, me impidieron animarla a que se desahogase
conmigo.
La mantuve a distancia. Hablamos del tiempo, de personas conocidas, de los últimos sucesos.
Nos fuimos alejando cada vez mas y mas del asunto que era de extremo interés vital para mi
amiga.
Esa misma noche, trato ella, afortunadamente sin conseguirlo, de quitarse la vida. Caí entonces
en la cuenta de que yo le había cerrado la puerta, a la que acudió a mi angustiosamente
necesitada de simpatía, comprensión y auxilio.
Esta casi tragedia me puso frente a un problema que a todos se nos presenta con frecuencia: nos
damos cuenta de que una persona amiga, oculta bajo un exterior tranquilo, penas y zozobras a las
cuales no osamos aludir porque solo asoman en los fugaces instantes en que ella pierde el
dominio sobre si misma.
Tal conocimiento nos da una sensación de incapacidad e insuficiencia tremenda. Y nos inclina a
rodearnos de nuestro propio silencio, a convertirnos en solitarios islotes rodeado por mares de
retraimiento y de supuesta dignidad.
En mi opinión se ha exagerado el mérito del que sufre sin exhalar una queja. No pretendo
escatimar la alabanza debida al que padece en silencio; pero creo que nos hemos excedido al
valorar ese silencio. Puede que de ahí provenga ,hasta cierto punto ,el aumento alarmante de
casos de prestación mental. Los pesares no compartidos son cargas demoledoras y abrumadoras
por demás.
Cierto es, que no debemos vivir compadeciéndonos de nosotros mismos, como tampoco hemos
de convertirnos en el muro de las lamentaciones al pie del cual vengan a llorar a los demás. Pero
sucede frecuentemente que las personas que mas nos cierran las puertas de la confianza sean las
mas necesitadas de abrirlas a las expansiones de la amistad.
Hay casos en los que necesitamos el valor necesario para llamar una y otra vez a esas puertas y
pedir que se nos deje entrar ,aún a riesgo de exponemos a una negativa rotunda y contundente.
Tuve unos amigos que eran realmente desdichados. Enferma su mujer, quebrantada la salud de el
mismo, faltos ambos de dinero, oponían, sin embargo a sus desventuras un semblante animado y
sonriente, que con el tiempo llego a ser casi una contrahecha mascara. Sus amistades fueron
alejándose de la que hacia del retraimiento muralla infranqueable.
Pero como quiera que me ligaba a ellos una sincera amistad y un gran afecto, un día me arme de
valor, y les dije:"Se que vuestra situación es angustiosa, si queréis desahogaros hablando de
vuestras penas, bien en pareja o bien individualmente, aquí, ahora y siempre me tendréis.
Demostrarme que sois mis amigos y hablarme de ellas
Me sentiré muy orgulloso si puedo ayudaros en algo, y aun mas orgulloso todavía de haber
merecido vuestra confianza.
Guardaron silencio unos instantes, mientras cada uno lechaba consigo mismo.
 Luego, creo que  por primera vez en todo el tiempo que hacia que nos conocíamos ,me abrieron su corazón.
 Fue, como el desbordarse de un rio largo tiempo contenido. Todas las dudas y temores hasta entonces refrenados rebasaron las orillas. Al cesar el Ímpetu turbulento de la riada, una apacible y serena franqueza reemplazo la anterior actitud de fingida y forzada jovialidad de mis amigos. Escuche durante horas y hablamos durante otras tantas. No puedo ni quiero revelar sus confidencias, entre otras cosas porque no es a mi a quien le toca hacerlo, sino a ellos cuando lo crean conveniente. Diré apenas, que con haberme hablado sin reservas de sus dificultades, pudimos hallarle solución a las mas graves. Mucho tiempo después me confesaron, que en aquellos dias estuvieron a punto de que se fuera a pique su matrimonio, y de perder la razón. El aparente atrevimiento con que prescindi de lo que ellos estimaban su decoro, su obligación de sobrellevar con los labios sellados la intima tragedia de su existencia, los salvo del abismo en el que estuvieron a punto de caer.
Hay otro procedimiento que,aunque indirecto,nos conduce a veces a la entraña misma de la dificultad.Cuando me da el corazón de que un amigo/a se siente muy desgraciado pero,no sabe como descargar sus pecho,o teme que el hacerlo sea abusar de la amistad,acudo a ese amigo/a en busca de consejo y de consuelo.Le hablo de mis propias tribulaciones,entonces,reconoce con esto que yo confío en su amistad y se inclina entonces a confiar en la mia.
De todas las murallas que levantamos para ocultar nuestras desverituras,pocas suelen ser tan altas como las destinadas a resguardar de miradas ajenas,los apuros economicos.Tener dinero,puede ser una gran cosa.Cruel y duro es,que nos falte.Pero eso de que la gente se enorgullezca de tenerlo o se avergüéncese no tenerlo,se me antoja una solemne tonteria.Ningun caso hago de los escrúpulos de quienes,aun cuando dispondrían sin reparo de mi tiempo y de mis esfuerzos,cosas que valen ciertamente mas que el dinero,se sentirían humillados de por vida,al confiarme sus dificultades pecuniarias o al aceptar mi ayuda para solventarlas...
Mi respuesta a un amigo,que se hallaba en este caso,fue preguntarle:Me quieres decir que si yo aceptara ayuda de ti,debería considerarme humillado?.Reflexiono unos instantes...,y soltó una gran carcajada.La mal entendida dignidad en la que se encastillábale disipo como la niebla se disipa al calido beso del sol.
Ocasiones hay,en que la delicadeza se convierte en impertinencia.Mostamos "delicados" cuando tratamos de resolver o de aliviar las dificultades pecünarias de un amigo es,a mi juicio,pecar de torpes y de egoistas.
Causa la impresión de que una cosa tan natural y sencilla como la de dar a quien lo necesita,algo que podemos facilitarle,envuelve una indelicadeza por parte de quien acepta el favor.En estos casos,lo que tenmos que procurar ir,de una vez directos al grano. Veremos entonces,que la reserva del amigo cede ante nuestra implicita afirmación de que cuando media la amistad,el orgullo y el disimulo,en asuntos de dinero,estan fuera de lugar.
Se por propia experiencia,que pocas situaciones hay tan penosas,ni que expongan tanto a serios disgustos,como la de la persona,bien intencionada a quien le cae en suerte ser confidente de desavenencias conyugales.Es como verse uno obligado a entra "all{i donde hasta los angeles temerían posar la planta".Y sin embargo,volviendo al caso que mencione al principio,fue precisamente el no heberme querido entromételes lo que puso a mi amiga a dos dedos del suicidio.
Tanto ella como su esposo,eran personas en las que deposite todo mi cariño y afecto y,me dolia la desgracia de ambos.Pues,antes que culpables,los consideraba,victimas de las circunstancias que nada podia remediar.Por otro ladodo,no me parecía que estuviese en mi mano inentarlo.Pero si hubiera podido proporcionarle a mi amiga un respiro.Estaba ella,oprimida y ahogada por la pena.Pude haberla inducido a que desahora en mi su corazón. Y entonces creo,que ella, hubiera hecho entonces,frente al conflicto con animo mas reposado y juicioso.
Creo que la causa de que le fallara a mi amiga, fue debido en parte a mi juventud y mi
inexperiencia ;pero también por una subconciente renuncia a compartir preocupaciones ajenas,de
esa Índole.
Desde el punto y hora en que nos enteramos de la aflicion de otro,la hacemos nuestra;y nuestra
sigue siendo hasta que hayamos contribuido a aliviarla.De ahi que resulte mas cómodo no ver las
calamidades del amigo y no inmiscuimos en ellas.
Los enfermos,particularmente los aquejados de dolencias cronicas,son por regla general
inaccesibles.Interesarnos por ellos nos expone a que nos tengan por entrometidos,se enfaden y
vean en nuestra amistosa solicitud,una mera formula.Sin embargo fue una invalido,quien me dio
una gran enseñanza a este respecto:"No quiero que me compadezcas, me dijo,¡Quiero sentir que
tu me necesitas!.
De esta manera me entrego las llaves, no solo de su propia ciudadela interior, sino de otras
muchas que con gran tenacidad defendía. Casi no hay favor que no estemos dispuesto a aceptar
de la persona que a nuestro juicio necesita de nosotros.
Si no atinamos con la forma en que debamos acompañar al amigo en sus horas difíciles, tenemos
que examinar el motivo que nos impulsa a hacerlo; teniendo presente que tal motivo puede
ofrecérsenos bajo hábiles disfraces.
¿Nos impulsa solo la curiosidad?¿Tratamos solo de hacernos los interesantes de pasar por
personas bien enteradas, de entregar a la murmuración, so pretexto de lamentarlos, el pesar o el
infortunio confiados a nuestra discreción?
Cuando estemos seguros de que nuestro único proposito es el de aliviar las penas ajenas,
entonces si, creo yo, tenemos el derecho de lanzamos a la arriesgada aventura de inmiscuirnos en
su vida.
Puede que fracasemos. Puede que acabe por costamos caro, pero es mejor pasar por imprudentes,
que por duros de corazón; mejor es exponernos a que nos tachen de entrometidos, que
mostrarnos insensibles. Puede suceder que de esta manera, pongamos en camino de rehacerse, a
quien ya se veía al borde del desastre.
Quien este dispuesto a socorrer, debe también estar dispuesto a ser socorrido. Si cerramos
nuestras puertas a la confianza, no podemos esperar que otras se nos abran a nosotros.
Recordemos que nada proporciona tanta satisfacion a un amigo sincero, como ver que acudimos
a el para confiarle nuestras preocupaciones. Por tanto, no debemos cerrar las puertas del
corazon; llevemoslas siempre abiertas,para que los demás sientan instintivamente,que sus pesares
hallaran albergue y,que su felicidad sera recibida con regocijo.

Toda pena, aun la mas grande, se alivia al ser compartida.