domingo, 31 de agosto de 2014

De cómo te encontré...


ERA primavera.
Borrachas de luz y estrellas,
las margaritas disparaban sus flechas
blancas a la diana verde de los campos.
Flechas robadas a la luz y a la luna
para hacerse copos que nieven la pradera.
Tú estabas bajo la sombra umbría
de los primeros árboles de Castelar.
Aquellos grandes que caen a la vera del camino
que va desde la puerta hasta la fuente.
Eras muy joven, veintiún sayas verdes tuyas ,
habían visto estrenar a los campos.
Tu boca tenía la frescura de los pozos hondos,
y cuando puse mis labios en el brocal
bebí del mismo manantío de sus besos
y su frescor me chorreó por los carrillos,
hasta que el único horizonte
a toda mi mirada fueron tus ojos.
Era de noche, pero me pareció
que amanecía a mi alrededor.
Junto a tus pupilas negras por la noche,
en que se retrataban las copas de los árboles
sobre un fondo de cielo
había un puntito blanco que brillaba y brillaba
como una pincelada de luz.
Así fue la primera vez que te vi, María y,
nunca más te hubiera yo perdido si tú,
al amarnos, rompiéndote en pedazos,
no hubieras hecho de nuestra locura un firmamento.
Dios sabe cuantos años vagué por los caminos.
Sin traje de romero peregriné de puerta en puerta,
y nadie me decía dónde encontrarte, María.
Ermitañas de Venus me prestaron sus ojos,
pero ni un leve fulgor tenían.
Y otra vez vagué por los caminos
y me perdí en el duro desierto
que forman las ciudades,
y sufrí soledad de multitudes
hasta llegar a místico para el amor de pagania.
Desde que te conocí,
siempre fuiste mi estrella,
guía, mi punto de referencia, mi anhelo.
Por encontrarte estrella mía,
llegué a la hondura misteriosa
de saber traducir la espuma de los mares,
de charlar con las flores,
de interpretar la risa,
amar las madrugadas y perseguir ilusiones.
Llegué a tener un tesoro de amoríos.
Esos mis amoríos que son como un rebaño
pastando en mi memoria,
parecen todos semejantes y todos son distintos,
y es mi recuerdo el buen pastor
que oveja por oveja las conoce a todas una a una.
A veces me alcanzaban las noches
como una inmensa yegua negra.
Yo la he visto galopar en la pista
redonda de esa circunferencia
que trazaron las horas, y a sus ancas,
de pie, y muy vestida de blanco,
con las faldas de nubes muy corta, la luna, la musa,
atrayendo suspiros de poetas.

 

En el centro de la pista el hombre seguía
haciendo el eterno payaso,
y yo seguí corriendo los caminos
sin encontrar la estrella de mi amor.

¿Qué nos importa por qué vereda oculta pude llegar a ti?
Lo único importante es saber que te tengo,
y para no perderte,
no tener confianza en tenerte.
Aún llevo en los ijares de mi amor
clavada todavía la espuela de tu beso.
Habían volado ya de todos los rosales del jardín
los pájaros de oro que gritan los ocasos.
Tú eres la plenitud ,
desde que tú naciste,
treinta y siete veces se ha vestido de novia el naranjal.
Como buen marinero,
para marcar el rumbo te miraba a los ojos,
y cuando recogí las velas
dejé que el viento jugara con mis manos.
Y fui Colón para mi amor.
En tus pupilas negras brillaba como nunca la estrella de mis sueños
que tanto había buscado.
Ponle al amor un cerco de ilusiones para que no se nos escape.
Para guardarlo bien tú cerraste los párpados.
María: cierra los ojos, niña; cierra los ojos,
que no se nos escape nuestra Amistad y nuestro Amor.

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